«Hay libros que se niegan a ser escritos», Mark Twain

Mark Twain escribiendo

Hay libros que se niegan a ser escritos. Se mantienen en sus trece año tras año y no se dejan convencer. No se debe a que el libro no esté ahí y no merezca ser escrito; solo se debe a que la forma adecuada de la historia no se muestra. Cada historia tiene una única forma adecuada, y si no logras encontrarla la historia no se contará. Puedes probar una docena de formas inadecuadas, pero en ningún caso llegarás muy lejos antes de descubrir que no has encontrado la adecuada; entonces la historia se detendrá y declinará seguir adelante. En el relato Juana de Arco comencé seis veces de manera equivocada, y cada vez que le presentaba el resultado a la señora Clemens, respondía con la misma crítica letal, el silencio. No decía una sola palabra, pero su silencio hablaba con la voz del trueno. Cuando finalmente encontré la forma adecuada la reconocí de inmediato, y sabía lo que ella diría. Lo dijo sin dudar ni vacilar.
A lo largo de doce años intenté seis veces contar un relato breve y sencillo consciente de que se contaría por sí solo en cuatro horas si era capaz de encontrar el punto de partida adecuado. Me apunté seis fracasos; más adelante, un día en Londres le ofrecí el texto del relato a Robert McClure, y le propuse que lo publicara en la revista y ofreciera un premio a la persona que mejor lo contase. Me mostré muy interesado y seguí hablando sobre el texto durante media hora; después dijo él:
«Tú mismo lo has contado. Solo tienes que escribirlo como lo has contado.»
Me di cuenta de que tenía razón. Cuatro horas más tarde estaba terminado a mi satisfacción. De modo que tardé en componer dicho relato cortito, que he titulado «El sello de la muerte», doce años y cuatro horas.
Comenzar adecuadamente es, ciertamente, fundamental. Lo he comprobado demasiadas veces para ponerlo en duda. Hace veinticinco o treinta años que comencé un relato que iba a girar sobre las maravillas de la telegrafía mental. Un hombre iba a concebir un plan por el que sincronizaría dos mentes, a miles de millas una de otra, que les permitiría conversar libremente a través del espacio sin ayuda de cables. La comencé cuatro veces de manera inadecuada y no marchaba. Tres veces descubrí mi error después de haber escrito alrededor de cien páginas. Lo descubrí por cuarta vez cuando llevaba escritas cuatrocientas páginas… luego lo dejé por imposible y arrojé todo al fuego.

Mark Twain
Mi astillero literario

Foto: Mark Twain sentado en su escritorio