Lo que no hay que hacer, por G.K Chesterton

“No diré una palabra sobre lo que hace el autor de este impresionante misterio. Me limitaré a decir lo que no hace. Y lo cierto es que, basándome sólo en lo que no hace, podría redactar un encomio entusiasta: sobre los sólidos cimientos de lo que no hace podría erigirse una torre eterna de latón. Pues lo que no hace es justo lo que hoy en día hace todo el mundo para destruir la verdadera literatura detectivesca y echar a perder esta legítima y deliciosa forma artística. No introduce en la novela una vasta pero invisible sociedad secreta con ramificaciones en todas las partes del mundo, con esbirros capaces de hacer cualquier cosa, o con sótanos subterráneos en los que esconder a cualquiera. No estropea los perfiles puros y encantadores de un asesinato o un robo clásicos envolviéndolos en la sucia y manoseada cinta roja de la diplomacia internacional; no rebaja nuestros elevados ideales del crimen al nivel de la política exterior. No introduce súbitamente al final un hermano de alguien llegado de Nueva Zelanda y que es idéntico a él. No reconstruye con toda prisa el crimen en las últimas dos páginas hasta llegar a un personaje insignificante, de quien nunca llegamos a sospechar porque lo habíamos olvidado. No supera la dificultad de escoger entre el protagonista y el villano recurriendo al cochero del protagonista o al ayuda de cámara del villano. No introduce un criminal profesional que cargue con las culpas de un crimen privado, acción poco deportiva donde las haya y una prueba más de cómo el profesionalismo está arruinando nuestro sentido nacional del deporte. No recurre a seis personas seguidas para llevar a cabo distintas partes del asesinato: uno para coger la daga, otro para apuntar y otro para clavarla. No dice que fue todo un error y que nadie quería matar a nadie, para gran decepción de cualquier lector compasivo. No comete ese error tan generalizado de creer que, cuanto más complicada, mejor es la historia. Su novela es bastante enrevesada y algunas cosas son criticables, pero su secreto está en el centro, y ésa es la cuestión crucial en cualquier obra de arte.”

G.K. Chesterton
Prefacio a La carta equivocada de Walter S. Masterman