Una provincia confinada en relación con el vasto universo, Michel Butor

MIchel Butor

Proust nos dice: «Es probable que los días de nuestra infancia más plenamente vividos sean aquellos que creímos dejar de vivir: los pasados con un libro preferido en las manos».

Y en una frase de Sodome et Gomorrhe, le vemos sorprender en el rostro de uno de sus personajes «el aire atento y febril de un niño que lee una novela de Julio Verne».

Este niño, no nos quepa ninguna duda, fue él mismo. ¿Quién lee mejor que un niño? Alguien dirá: le falta preparación. Y otros añadirían: hay en los libros tantas cosas que un niño no puede comprender, que es mejor que no los lea; tiene tan poco vocabulario, tan pocas experiencias… Pero ¡qué deseo entonces para comprender su significado, cuánta atención, cuántas sugerencias!

Habría que leer tal como lo hacía Racine en Port-Royal; su hijo Luis nos explica: «…y su mayor placer consistía en adentrarse en los bosques de la abadía de Sófocles y Eurípides a quienes se sabía casi de memoria. Tenía una memoria sorprendente. Un día encontró por casualidad la novela griega Amours de Théagène et Chariclée. La estaba devorando cuando le sorprendió el sacristán Claude Lancelot, que al verle sumergido en esa lectura, le arrancó el libro y se lo echó al fuego. Luego encontró el medio para procurarse un segundo ejemplar que corrió la misma suerte que el primero, lo que le decidió a comprarse otro. Para que le ocurriera lo mismo, esta vez se lo aprendió de memoria y se lo llevó al sacristán diciéndole: Ahora ya podéis quemar también ese otro».

Esas son lecturas que, como suele decirse, nos marcan, y, por más que otras las recubran, permanecen imborrables. ¿Por qué razón los libros que leemos de mayores, esas famosas palabras que conocemos, o creemos conocer, tendrían que hacernos olvidar las otras? ¿Por qué las experiencias y referencias que hemos poseído, o creemos haber poseído, tendrían que hacernos olvidar las que fueron el estímulo que nos lanzó a obtenerlas?

Es fundamental, para el estudio de todo escritor, de todo lector, y, por consiguiente, de todos nosotros, saber la constelación de los libros de su infancia.

Antaño no había «libros para la juventud». ¿Y los cuentos de hadas? podría objetarse; pero estos libros sólo existieron a partir de Perrault en Francia, o de los hermanos Grimm en Alemania. Antes, los libros de infancia eran los que se aprendían en la escuela: la literatura griega y latina; los padres leían novelas, gacetas, libelos, y sus hijos leían Homero, Virgilio, Plutarco… La región de la infancia era la de los clásicos: la antigüedad.

Cuando la literatura de los adultos haya abandonado definitivamente la lengua latina, cuando esta superviviente haya empezado su larga y segunda agonía, se necesitará una literatura en lengua vulgar para la juventud, a fin de llenar el vacío originado entre la infancia antigua de los padres y la actual, o sea: un viaje a la antigüedad. Releed Les Aventures de Télémaque, o bien, Le Voyage du jeune Anarcharsis en Grèce […].

Estas tres obras, tan diferentes entre sí, tienen, sin embargo, un denominador común: son viajes extraordinarios como los de Télémaque y Anarcharsis, que abren a los niños, en el interior del mundo de los adultos, una ventana que da al exterior y a lo anterior.

Algunos héroes son niños (Aladino, Vendredi, y el propio Gulliver en Brobdingnag); pero esta característica, esencial en los cuentos de hadas o en los libros de la Condesa de Ségur porque da al joven lector unos modelos de conducta, en nuestro caso será la causa de que el adulto vuelva a sentirse niño; abordando esas orillas desconocidas, se encuentra fuera de la fortaleza de los adultos donde sólo se puede entrar a base de exámenes y ceremonias, y cuyos muros le impiden ver el resto del mundo.

De la misma manera que el niño de los colegios de antaño, desde lo alto de su antigüedad juzgaba severamente le siècle de plomb donde estaban las personas mayores, asimismo el niño de los colegios más recientes, «enamorado de los dibujos y las estampas», al volver de sus viajes imaginarios, situará el mundo de sus padres como una provincia confinada en relación con el vasto universo. Recordemos el papel que desempeña Rusia en las obras de la Condesa de Ségur.

Renunciando a que los adultos tengan que representar comedias y diciendo escribir «para la juventud», para el Magasin d’éducation et de récréation, Julio Verne decidió explorar el resto del mundo.

Haciendo una labor de enciclopedista, reunió toda la literatura de viajes (describiendo «mundos conocidos» sólo por algunos adultos, o facilitando la imaginación de «mundos desconocidos» que nadie ha pisado todavía, pero de los cuales no se puede negar la existencia»), para poder facilitar a los niños, de la manera más concreta, la representación de un mundo exterior al de sus padres, de un mundo que éstos no conocieran.

Como que esta nueva imagen del mundo fue construida metódicamente a partir de lo que los adultos no pueden rechazar, esta imagen continúa subsistiendo, incluso cuando el niño llega a la edad adulta. La obra de Julio Verne, con toda su admirable modestia, desempeña un papel decisivo de fundación en relación con esta civilización de nuestros días que, tan penosamente, se está buscando a sí misma.

Michel Butor
«Lecturas de infancia»
Repertorio

Foto: Michel Butor

Previamente en Calle del Orco:
El recuerdo de un libro, Marcel Schwob
Nostalgias de lector, Álvaro Mutis
Robert Louis Stevenson o la imaginación de Marcel Schwob