Qué tipo sos Onetti, Julio Cortázar

Cortázar Onetti

Querido Onetti:

Una vez más encontré todo ahí*, todo lo que te hace diferente y único entre nosotros. La gran maravilla es que el reencuentro no supone la menor reiteración ni la menor monotonía. Parecería casi imposible después de la saturación que dejan en la memoria tus libros anteriores, pero es así: todo es otra vez nuevo bajo el sol, mal que le pese al viejo Eclesiastés.

Con poco escritores me ocurre eso. Los leo hasta un punto dado y después pienso, «muchachos, sigan solos, yo me corto en la esquina». Con los años, prefiero autores nuevos, probar otras marcas de whisky. Y… pasa que tu novela es eso, siempre whisky pero con un sabor que es el mismo y diferente. Pasa que una vez más has escrito un gran libro, y lo que parecía irrepetible se repite sin repetirse, si me perdonáis esta jerga que busca abrirse paso y se enreda un poco.

Medina, carajo. Qué tipo sos, Onetti. En fin, tu libro lo voy a caminar mucho por las calles de París (ojalá, alguna vez, de Buenos Aires).

Un abrazo,

Julio Cortázar
París, 12 de enero de 1980

Cartas 1977-1984 (Tomo 5)
Editorial: Alfaguara

*Cortázar se refiere a la novela de Onetti Dejemos hablar al viento.

***

Carta a Julio Cortázar.

Después de varios intentos acepté mi congénita capacidad para escribir críticas en materia de literatura. Terminé por decirme que escriban ellos. Y es seguro que en este número de justo –ya era imprescindible– homenaje que dedica Cuadernos Hispanoamericanos a Julio Cortázar habrá muchos de ellos y un alto porcentaje de estudios estructuralistas, considerando que la moda aún no ha muerto y que permite pasar momentos felices a los lectores.

De manera que sobre Julio solo puedo escribir una carta amistosa como contribución humilde al homenaje; y una carta breve, historieta con obligadas pausas a pesar de la sinceridad mutua.

Cuando vi a Cortázar por primera vez en Buenos Aires, desconfié. No por opiniones políticas, en las que coincidíamos; no, tampoco por una subterránea riña amorosa, de la que luego él salió triunfante en París, dejándome la resobada tristeza de una letra de tango.

Desconfié porque yo era arltiano y él parecía un brillante delfín de la revista Sur. Había publicado Cortázar un libro llamado Los reyes, que él sigue defendiendo y yo, a estas alturas, no.

Pasaron los años y Cortázar, no sé si en París o en Buenos Aires, publicó un libro de cuentos, varios libros que me deslumbraron y siguen haciéndolo cada vez que los releo. Y son muchas veces. Después, sin aviso previo, apareció Rayuela. Ahí Cortázar se descolocaba y colocaba. Se descolocaba de la tradición novelística de nuestros países, aceptada o robada de lo que se escribía en España o Francia. Su actitud resultó escandalosa para infinitas momias, rechazo que no lo conmovió porque deliberadamente se trataba de provocarlo. Y el autor se colocaba, sin buscarlo, sin buscar nada más o menos que un entendimiento consigo mismo. Al frente de una juventud ansiosa de apartar de sí tantos plomos, de respirar un poco más de oxígeno, de entregarse con felicidad a la zona lúdica y sin respuesta satisfactoria de su propia personalidad.

Claro, Julio, que las momias lo siguen siendo –aunque a veces se desembaracen de algunas escasas vendas– y la literatura nuestra necesita muchas e imprevisibles rayuelas.

Pero recuerdo que se trataba de una simple carta, que pisé terreno resbaloso y que me acaban de anunciar que el poseedor de más de veinte títulos encomiásticos que las legiones de cobardes y adulones acercan al patrón, poseedor además de millones de dólares robados con astucia o brutalidad, ha sufrido un leve infarto en Paraguay, la hermética.

Ahora pienso sin remedio en otra dimensión de cosas y me despido de ti con el abrazo que sabemos reiterado, aunque pasemos otros años sin vernos.

PS.- Gracias por tu última carta; era tan buena que quedó sin respuesta.

Juan Carlos Onetti
Revista Cuadernos Hispanoamericanos
Septiembre de 1980

Foto: Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti

Textos sacados del pódcast La biblioteca de Julio de la Fundación Juan March.