En uno de sus ensayos, George Orwell escribe que, aunque no era muy buen jugador, tuvo una larga y desesperanzada historia de amor con el críquet hasta los dieciséis años de edad. Mis relaciones con el béisbol fueron similares. Entre los nueve y los trece años debí de dedicar cuarenta horas semanales, durante los meses sin nieve, a jugar en el campo del barrio (softball, béisbol y stickball) al mismo tiempo que estudiaba a jornada completa en la escuela elemental de la localidad. Tal como lo recuerdo, las noticias de los acontecimientos públicos más catastróficos de mi infancia, la muerte del presidente Roosevelt y el bombardeo atómico de Hiroshima, llegaron a mis oídos mientras estaba jugando. Mi actuación era uniformemente errática; en general, aceptable para los partidos fáciles, pero siempre carecía de la calma y la pericia que los bien dotados exhibían en la dura competición. Mi gusto y el talento que tuviera se centraban en la parada llamativa, fenomenal, más que en el vuelo de altura; me encantaba correr y saltar, la lucha a vida o muerte, pero de alguna manera perdía confianza durante la interminable espera a que descendiera la pelota que me habían lanzado. Nunca pude ingresar en el equipo de la escuela de enseñanza media, pero recuerdo que, uno de los dos años en que lo intenté en vano, e impulsado por la vanidad, hice una imitación lo bastante buena del estilo de un jugador de béisbol para poder engañar o divertir al entrenador hasta el día en que este eliminó del equipo al último de los soñadores y repartió los uniformes.
Philip Roth
Mis años de béisbol
The New York Times, 1973
Foto: Jackie Robinson llegando a una base