– Con Virginia Woolf ocurre exactamente lo opuesto: nadie, salvo tú, habla de esa influencia. ¿Dónde está?
– Yo sería un autor distinto del que soy si a los veinte años no hubiese leído esta frase de La señora Dalloway: “Pero no había duda que dentro (del coche) se sentaba algo grande: grandeza que pasaba, escondida, al alcance de las manos vulgares que por primera y última vez se encontraban cerca de la majestad de Inglaterra, el perdurable símbolo del Estado que los acuciosos arqueólogos habían de identificar en las excavaciones de las ruinas del tiempo, cuando Londres no fuera más que un camino cubierto de hierbas, y cuando las gentes que andaban por sus calles en aquella mañana de miércoles fueran apenas un montón de huesos con algunos anillos matrimoniales, revueltos de polvo y con las emplomaduras de innumerables dientes cariados.” Recuerdo haber leído esta frase mientras espantaba mosquitos y deliraba de calor en un cuartucho de hotel, por la época en que vendía enciclopedias y libros de medicina en la Goajira colombiana.
– ¿Por qué tuvo tanto efecto sobre ti?
– Porque transformó por completo mi sentido del tiempo. Quizá me permitió vislumbrar un instante todo el proceso de descomposición de Macondo, y su destino final. Me pregunto, además, si no sería el origen remoto de El Otoño del Patriarca, que es un libro sobre el enigma humano del poder, sobre su soledad y su miseria.
– La lista de influencias debe ser amplia. ¿A quiénes hemos omitido?
– A Sófocles, a Rimbaud, a Kafka, a la poesía española del Siglo de Oro y a la música de cámara desde Schumann hasta Bartok.
– Debemos añadir algo de Greene y algunas gotas de Hemingway? Cuando eras joven te veía leyéndolos con mucha atención. Hay un cuento tuyo, La siesta del martes (el mejor que has escrito, dices tú) que le debe mucho a Un canario como regalo, de Hemingway.
– Graham Greene y Hemingway me aportaron enseñanzas de carácter puramente técnico. Son valores de superficie que siempre he reconocido. Pero para mí una influencia real e importante es la de un autor cuya lectura afecta a uno en profundidad hasta el punto de modificar ciertas nociones que uno tenga del mundo y la vida.
Conversación entre Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez
El Olor de la Guayaba
Foto: García Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza en París en los años sesenta.