«Un sentimiento de inexpresable malestar empezó, pues, a fermentar en todos los jóvenes corazones. Condenados a la inacción por los soberanos del orbe, entregados a patrones de toda especie, a la ociosidad y al tedio, los jóvenes vieron cómo se retiraban sus espumeantes olas contra las cuales habían dispuesto sus brazos. Todos aquellos gladiadores frotados con aceites sentían, en el fondo de su alma, una insoportable miseria. Los más adinerados optaron por el libertinaje. Quienes disfrutaban de una mediocre fortuna, tomaron estado resignándose al traje talar o a la espada. Los más pobres se lanzaron al entusiasmo en frío, a las grandes frases, al horrible mar de la acción sin norte. De este modo los jóvenes hallaban una forma de emplear la fuerza inactiva en la afectación del despecho. Burlarse de la gloria, de la religión, del amor, del mundo entero, constituye un no flaco consuelo para quienes no saben qué hacer. De ese modo se burla uno de sí mismo y, a la vez, se da la razón al espolearse. Aparte de que es dulce creerse desgraciado, cuando no se está sino vacío e irritado. «
Alfred de Musset
Confesión de un hijo del siglo
Cuadro de Jean-Léon Gérôme, 1857
Duelo después de un baile de máscaras