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calledelorco enero 29, 2017

Don Quijote de Orson Welles

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«Una antología que reuniera citas elegidas solo por su elocuencia, su profundidad, su chispa o su belleza correría el riesgo de ser aburrida, interminable e incoherente. Su unidad interna no debe provenir más que de la personalidad y los gustos del compilador, y ofrecer una especie de reflejo de ellos.»

– Simon Leys

Un blog de Kim Nguyen Baraldi

Contacto: calledelorco@gmail.com

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Alguien recordó que el atardecer no existía como tema poético para los griegos. Todo el mérito era para el amanecer y sus múltiples metáforas: la aurora, el alba, el despertar. Recién en Roma, con la declinación del imperio, Virgilio y sus amigos empezaron a celebrar el ocaso, el crepúsculo, el fin del día. "30 consejos para escribir en prosa espontánea" de Jack Kerouac: Creo que llegan tiempos difíciles en los que buscaremos las voces de escritores que sepan ver alternativas a nuestro modo de vida actual, y que sepan ver, más allá de nuestra sociedad temerosa y sus obsesivas tecnologías, hacia otras formas de ser, e incluso imaginen bases sólidas para la esperanza. Necesitaremos escritores que sepan recordar la libertad. Poetas, visionarios, los realistas de una realidad más amplia. No busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo. No intenten deslumbrar al burgués. Ya no resulta. Este solo se asusta cuando le amenazan el bolsillo. No traten de complicar al lector, ni buscar ni reclamar su ayuda. No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético. No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar. No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo. No se limiten a leer los libros ya consagrados. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, hoy son genios. No olviden la frase, justamente famosa: 2 más dos son cuatro; pero ¿y si fueran 5? No desdeñen temas con extraña narrativa, cualquiera sea su origen. Roben si es necesario. Mientan siempre. No olviden que Hemingway escribió: “Incluso di lecturas de los trozos ya listos de mi novela, que viene a ser lo más bajo en que un escritor puede caer.” "Pongamos por caso la descripción de la batalla de Borodino que hace Tolstói en Guerra y paz. El lector tiene una experiencia sensorial completa. Vemos a miles de soldados avanzando en el campo de batalla, percibimos el ruido y el humo de los cañones, vemos cómo se llevan a los heridos en carreta, a Napoleón agazapado en su capa, a Zukhov, el general campesino, haciendo sus cálculos estratégicos. Pero todo eso ocurre en la mente del lector, porque si se piensa bien, lo único que tiene delante son unos signos negros sobre la superficie blanca del papel. Eso es lo que ocurre cuando lector y autor se encuentran a un nivel muy profundo. Y a eso es a lo que aspira todo escritor de verdad. Con las obras maestras se produce una fusión creativa irrepetible entre el escritor y el lector. La gran literatura consigue arrastrarnos al interior de la vida de otros individuos. Cuando pasamos mucho tiempo con una gran obra, nos resistimos a acabarla. Hay una razón para que eso sea así. El mundo en el que hemos habitado durante tanto tiempo es real para nosotros y no podemos soportar la idea de abandonarlo." “Oh, el consejo más importante que yo daría —quizá porque este es uno que yo no seguí, llegando en algún momento a sentirme desanimada por la opinión de los demás— sería: aprende lo que puedas de una crítica, pero sigue dejándote llevar por tus propios sentimientos. Eso es muy, muy importante. Antes solía desanimarme, hasta que un día caí en la cuenta y me dije ‘ey, yo escribo para mí’, y entonces fue cuando empecé a no preocuparme por el resto. Creo que eso es lo más importante”. "Para el propósito que me ocupa, esto es lo que más me llama la atención en las maneras de leer: no que la lectura se considere como una actividad ociosa, sino que en general no pueda existir sola, es preciso que esté insertada en otra necesidad; es preciso que otra actividad la soporte: la lectura se asocia con la idea de un tiempo que se debe llenar, un tiempo muerto que se debe aprovechar para leer. Tal vez esta actividad portadora no sea sino el pretexto de la lectura, ¿pero cómo saberlo? Un señor que lee en la playa, ¿está en la playa para leer o lee porque está en la playa? ¿Acaso el frágil destino de Tristram Shandy le importa más que la insolación que está por sufrir en las pantorrillas? ¿No conviene, en todo caso, interrogar estos ámbitos de la lectura? Leer no es sólo leer un texto, descifrar signos, recorrer líneas, explorar páginas, atravesar un sentido; no es sólo la comunión abstracta entre autor y lector, la boda mística de la Idea y el Oído. Es, al mismo tiempo, el ruido del metro, o el bamboleo de un vagón de ferrocarril, o el calor del sol en una playa y los niños que juegan un poco más lejos, o la sensación del agua caliente en la bañera, o la espera del sueño. . . "Leer es pensar. No es que leemos y luego pensamos, sino que pensamos algo y lo leemos en un libro que parece escrito por nosotros pero que no ha sido escrito por nosotros, sino que alguien en otro país, en otro lugar, en el pasado, lo ha escrito como un pensamiento todavía no pensado, hasta que por azar, siempre por azar, descubrimos el libro donde está claramente expresado lo que había estado, confusamente, no-pensado por nosotros. Un libro para cada uno de nosotros. Hace falta, para encontrarlo, una serie de acontecimientos encadenados accidentalmente para que al final uno vea la luz que, sin saber, está buscando." Hasta los veintiocho años tuve una especie de “yo” que permanecía sepultado, que no sabía que podía hacer otras cosas, aparte de preparar salsa blanca y cuidar bebés. No tenía noción de que poseía algún tipo de profundidad creativa. Era víctima del “sueño americano”: burgués y de clase media. Todo lo que deseaba era un pedacito de vida: casarme, tener hijos. Pensaba que las pesadillas, las visiones y los demonios se apartarían si había suficiente amor como para abatirlos. Hacía mi mejor esfuerzo por llevar una vida convencional, porque así fue como me criaron, y eso era lo que mi esposo quería de mí. Pero una no puede levantar pequeñas cercas blancas para dejar fuera las pesadillas. Todo se quebró cuando estaba por cumplir veintiocho años. Tuve una crisis psicótica y traté de matarme.
Simon Leys en Letras Libres

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