Las gambas rosadas de Vincent van Gogh, Paul Gauguin

Van_Gogh Montmartre

Antes. Invierno de 1886

La nieve empieza a caer, es invierno; les ahorro la metáfora del manto, es simplemente nieve. Los pobres sufren y a menudo los propietarios no lo comprenden.
Pero en este día de diciembre, en la calle Lepic de nuestra buena ciudad de París, los peatones se dan más prisa que de costumbre, sin ningunas ganas de pasear. Entre ellos, uno sensible al frío, singular por su vestimenta, se apresura a alcanzar el bulevar exterior. Va envuelto en piel de cabra, con un gorro de piel -de conejo, sin duda-, la barba rojiza erizada. Igual que un boyero.
No os quedéis en observadores a medias, a pesar del frío, no sigáis vuestro camino sin examinar con cuidado la mano blanca y armoniosa, el ojo azul tan claro, tan de niño. Seguramente es un pobre mendigo.
Se llama Vincent van Gogh.
Entra apresuradamente en la tienda de un mercader de flechas salvajes, de vieja chatarra y de cuadros al óleo a buen precio. ¡Pobre artista! Entregaste una parcela de tu alma al pintar esa tela que vienes de vender.
Es una pequeña naturaleza muerta, unas gambas rosadas sobre un papel rosa.
– ¿Puede darme algo de dinero por esta tela para ayudarme a pagar el alquiler?
– Por Dios, amigo, la clientela se pone difícil, me piden los Millet a buen precio; además, ¿sabe usted? -añade el mercader-, su pintura no es alegre, hoy en día lo que se lleva es el renacimiento. Pero en fin, dicen que tiene usted talento y quiero hacer algo para ayudarle. Tenga, aquí tiene cinco francos.
Y la moneda tintineó sobre el mostrador. Van Gogh la tomó sin murmurar, dio las gracias al marchante y salió. Volvió a subir con dificultad la calle Lepic; cuando estaba cerca de su casa, una pobre, salida de Saint-Lazare, sonrió al pintor en busca de clientela. La bella mano blanca salió del gabán; Van Gogh era un lector, pensó en la ramera Elisa y su moneda de cinco francos pasó a ser propiedad de la infeliz. Rápidamente, como si se avergonzara de su caridad, huyó con el estómago vacío.

Después.

Llegará un día… y lo veo como si hubiera llegado.
Entro en la sala número 9 de la galería de subastas; el comisario tasador vende una colección de cuadros, entro.
– Cuatrocientos francos Las gambas rosadas, cuatrocientos cincuenta, quinientos francos. Vamos, señores, vale más que eso.
Nadie dice una palabra. Adjudicado, Las gambas rosadas de Vincent Van Gogh.

Paul Gauguin
Antes y después

Imagen: Molino de viento en Montmartre
Vincent van Gogh
Otoño de 1886